Irrealidad
CAPITULO 5
El mes de febrero se me paso eterno. Supuse que fue por la cantidad de exámenes que tuve. Los había aprobado casi todos, menos Historia, mi asignatura hueso desde siempre.
Las otras me habían costado un poco, pero las saqué con buenos resultados.
Durante ese mes, sólo pude ver a Álvaro, Sofía y Eva a la salida del instituto y en los recreo. Ellos también habían estado muy ocupados con sus respectivos exámenes de evaluación.
Tenía que hablar con Eva.
Dejamos una conversación pendiente en el mes de enero, y hasta entonces no la habíamos acabado.
En verdad, debíamos empezar esa conversación. Aquella vez ella no quiso.
Ahora que se habían acabado los exámenes y teníamos más tiempo libre, podría llamarla o quedar con ella para tomar algo y así poder hablar con ella. Necesitaba saber que la pasaba. Ella no era nuestra Eva de siempre, había cambiado, y no sabía por qué, aunque en la noche de la inauguración del restaurante de la familia de Sofía me pude hacer una pequeña idea, pero me parecía imposible.
No oí hablar nada sobre lo ocurrido aquella tarde en la que un grupo de chicos salieron corriendo y asustados de un lugar que no sabía cuál era, ni de aquella chica tan misteriosa que caminaba tras ellos.
Pero, claro, posiblemente esa chica no tenía nada que ver con los chicos.
Cómo no se había comentado nada sobre lo ocurrido, pensé que habría sido algo sin importancia. Quizá un juego de niños.
Marzo llegó con un tiempo increíblemente agradable. Las lluvias y el frío cesaron. No era un tiempo veraniego, pero si primaveral
En el instituto se organizaba todo para el gran evento del año, el Baile de Primavera.
Todas las chicas estaban ilusionadas con el baile. Muchas ya tenían el vestido desde hacía un meso, otras estaban aún indecisas.
Yo era una de esas. No sabía si iba a ir al baile, por una parte, no tenía acompañante, y por la otra, no es que me apeteciera mucho, la verdad.
Mi madre insistía en que fuera. Decía que seguro que alguien estaría encantado e acompañarme, pero yo no estaba tan segura.
Era jueves por la tarde. Hacía un día perfecto. Aún no era primavera, pero se notaba que el invierno estaba llegando a su fin.
Como no tenía nada que hacer, no tenía que estudiar, ni hacer trabajos… solo tenía que hacer unos ejercicios de matemáticas, pero ya los había acabado en la biblioteca del instituto, por lo que estaba libre.
Me apetecía salir y dar un pase, tomar un poco el aire. A sí que decidí llamar a Eva, para que paseáramos juntas.
Marqué su número, y le pareció bien la idea. Quedamos a las cinco y media en la plaza de la fuente, donde quedábamos siempre.
Antes de salir de casa, me arreglé un poco el pelo. Lo cepillé, y lo dejé suelto, dejando que suaves ondulaciones castañas cayeran por mis hombros.
Tan sólo me abrigué con una fina chaqueta de algodón blanca, no creí que fuera a necesitar más para una tarde soleada como la que era.
Llegué a la plaza, donde habíamos quedado, y me senté en el banco de siempre.
Todavía no había llegado Eva. Me giré para ver si venía, y vi que Eva estaba cruzando la calle, escuchando música con su iPod, distraída.
Cuando me vio, sonrió y apago el iPod. Se sentó a mi lado:
“¡Hola Almita!” dijo con una amplia sonrisa. La lancé una mirada asesina, odiaba que me llamara de esa forma. Nos reímos la dos. Me parecía que estaba muy contenta, y me resultó extraño. Hacía mucho que no la veía de esa forma
“Qué contenta estás, ¿no?”
“¿Contenta? ¿Por qué no?”
“No sé, últimamente te he visto más de capa caída, en comparación con lo pizpireta que tu eres”, dije amablemente.
Me miró a los ojos y suspiró:
“Hay momentos en los que se está mejor que en otros, supongo”.
“¿Supones?” la miré, frunciendo el cejo.
“Afirmo” volvió a sonreír, y trató de cambiar de tema. “¿Y Álvaro y Sofía?”
“¿Qué pasa con ellos?”
“¿No les has llamado a ellos también?”
“Ah. No, me apetecía estar a solas contigo. Ya sabes, me apetece hablar contigo…”
Se encogió de hombros y me volvió a mirar:
“¿Damos un paseo?” estaba claro que Eva trataba de evadir el tema de hablar. Se levantó del banco, esperando que yo también lo hiciera, y lo hice.
“De acuerdo”.
Comenzamos a caminar, y salimos de la plaza.
Hubo un silencio entre las dos que duró unos minutos. Un silencio incómodo. Decidí romperlo, pero para mi sorpresa, quien lo hizo fue ella:
“¿Por qué insistes tanto en hablar conmigo? Quiero decir, hablar seriamente” Eva andaba cabizbaja.
“Porque eres mi amiga, te conozco, y sé que no estás bien” la miré, pero ella no me devolvió la mirada.
“No tienes de qué preocuparte, estoy genial” dijo, intentando sonar convincente. “¿Por qué no lo iba a estar?”
“Eva, tu comportamiento con nosotros a cambiado mucho. Ya no eres la Eva de antes, nuestra Eva, por lo menos con nosotros”.
Antes estas palabras, Eva parecía dolida.
“Supongo que tienes razón, yo….” no continuó la frase. Se mordió el labio y suspiró. “No me siento bien…”
Me paré cuando dijo eso. Eva se paró también. La abracé fuertemente, para que supiera que podía confiar en mí.
“¿No te sientes bien por qué? Sabes que puedes confiar en mi” dije con una voz suave. Continué:
“Si quieres que hablemos más tranquilas, podemos subir a mi casa. Mi padres están trabajando, así que nadie nos molestará”.
Eva asintió con la cabeza y la sonreí. Caminamos hasta mi casa.
Abrí la puerta y la invité a pasar. La pedí que se sentara en el sofá, mientras yo iba a la cocina a por algo para tomar. Cogí dos bebidas, una Coca-Cola para mí, y una Fanta para ella. No me la había pedido, pero sabía que era su bebida favorita y que le apetecería.
Cuando llegué al salón, Eva estaba sentada en el borde del sofá. Le di la Fanta y abrí mi Coca-Cola, sentándome a su lado.
“Gracias” dijo mientras abría la lata y daba un trago.
“Bueno… ¿entonces me vas a contar?”
Eva miró hacia el frente, pensando, y luego asintió. Me acomodé y la escuché atentamente:
“Sí” suspiró y continuó. “¿Te acuerdas cuando, hace un año, íbamos cada mes a casa de alguno de nosotros a ver un peli?”
Asentí. Desde que nos hicimos amigos, todos los meses quedábamos para ver una peli en casa de alguno. Desde hacía bastante tiempo no la hacíamos.
Eva tragó saliva, y continuó:
“La última vez, en casa de Álvaro, cuando terminó la película, Álvaro y tú os fuisteis a comprar una pizza para cenar…” noté que le costaba que le salieran las palabras. Mientras me contaba, no me miraba. Tenía sus ojos fijados en la alfombra negra del suelo.
“ Y mientras no estabais, hablé son Sofía. Mira, sé que esto que te voy a decir te va a sorprender, así que no se sí…”
“Continúa, por favor” le pedí.
Asintió otra vez, y cogió aire:
“…me dijo lo que sentía por Álvaro” Eva vio mi expresión, totalmente sorprendida, y volvió a agachar la cabeza.
“ Me explicó todo lo que sentía por él. Me dijo que le quería. Le quería, pero no como a un amigo, le quería de verdad…”
“¿Y entonces…?” la miré a los ojos. Sus ojos verdes brillaban, supe que en algún momento derramaría alguna lagrima.
“Y entonces me sentí la persona más estúpida de la tierra” su voz se quebró, y una lágrima recorría su mejilla.
Entonces, lo comprendí todo, y la abracé, mostrándole todo mi cariño de amiga:
“Tu también sentías algo por él”
“Sí”, me abrazó más fuerte, sabía que lo estaba pasando mal, y yo estaba ahí para consolarla. Para algo era su mejor amiga:
“Tranquila, si no quieres hablar más sobre esto, no lo hagas” comprendí que para ella era doloroso.
Eva dejo de abrazarla para mirarme a los ojos. Se secó las lágrimas y sonrió:
“Alma, gracias, de verdad”.
Frente a ese agradecimiento, la sonreí con una sonrisa amistosa.
“Será mejor que me vaya. Se está haciendo de noche y tengo que estar pronto en casa”.
“¿Quieres que te acompañe?” pensé que quizá se sentiría mejor si la acompañaba, así no iba sola.
“No de verdad, gracias”.
“Está bien” la sonreí y nos dimos un abrazo de despedida.
La acompañé hasta la entrada de la casa.
Cuando ya se había ido, subí las escaleras hasta llegar a mi cuarto, y me dejé caer sobre la cama.
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