CAPITULO 2
Álvaro se ocultaba de la lluvia bajo la capucha de su chaqueta azul. Escuchaba música distraídamente, moviendo la cabeza al son de la música. Seguro que no se había dado cuenta de que había llegado. Me equivoqué. Levantó la cabeza y sonrió, dejando de escuchar música y acercándose a mí.
“Ya pensé que no venías.”
“Ya, lo siento, se me hizo tarde”. Tenía la cabeza cubierta por la capucha, pero pude ver sus ojos azul oscuro, desprendiendo la felicidad que siempre derrochaba Álvaro.
“¿Te encuentras bien? No tienes muy buena cara”.
“No he dormido muy bien, la verdad”. Le sonreí para darle a entender que a pesar de eso, estaba bien.
“¿Te vas de fiesta por ahí y no me dices nada?”. Tras su broma, los dos reímos. Álvaro siempre sabía sacarme una sonrisa, me conocía muy bien. Llevábamos siendo amigos desde hacía por lo menos cuatro años, cuando llegamos los dos nuevos al instituto.
La campana sonó, y un alboroto de alumnos que se dirigían a sus respectivas clases mientras hablaban y reían con otros se oía por todo el instituto.
Las clases pasaron como todos los días. Bueno, mejor dicho, como todos los viernes.
Los alumnos no prestan mucha atención a la clase, pensando que por fin había llegado el fin de semana, y deseoso de que tocara el timbre para salir de ahí los primeros.
Cada hora se me hacía interminable, miraba el reloj continuamente, esperando que fuera la hora. A cinco minutos antes de salir, en mi clase de historia, comencé recoger mis cosas para que cuando tocara estuviera lista para salir.
“Por fin”, pensé cuando el timbre tocó y todos mis compañeros de clase recogiendo a la velocidad del rayo sus cosas y salieron de ahí antes de que me diera cuenta de que solo quedábamos tres personas en clase, a parte del profesor, que miraba a sus alumnos como si verdaderamente estuvieran en una jungla por los gritos y voces que se oían desde el pasillo del instituto.
Salí del recinto y me fijé en los escalones de la entrada. Ahí es donde quedábamos Álvaro y yo todos los días a la salida para volver juntos.
Lo escalones estaban vacíos, todavía no había salido Álvaro. Me senté en ellos y recordé que a última Álvaro tenía un examen de algebra de matemáticas, a si que seguramente tardaría en salir. Espero que le fuera bien. Sabía que él no era muy bueno en los estudios, pero también sabía que se esforzaba mucho en ello.
“Alma”. Me giré, Álvaro venía por detrás, sonriendo. Supuse que el examen le había salido genial, pero no me dio tiempo a preguntar.
“Perfecto, me ha salido perfecto”. Su sonrisa demostraba que estaba realmente contento.
Comenzamos a caminar de camino a nuestras casas. Íbamos hablando de nuestro día en clase, quejándonos de los exámenes y de los profesores, y sin darnos ni cuenta, ya habíamos llegado hasta mi casa.
“Bueno, entonces nos vemos más tarde, ¿no?”. “Sí. Sofía y yo te esperaremos en la plaza de la fuente y ya nos iremos todos juntos desde allí”.
“De acuerdo. Llamaré a Eva, que no me dejo claro si vendría, hasta luego”.
“Hasta esta tarde”, Álvaro se despidió de mí y siguió caminando hacia su casa.
Habíamos estado tan absortos en nuestra conversación, que no me había dado cuenta de que había salido el sol y no hacía tanto frío como esta mañana.
Entré en casa, mis padres ya estaban esperándome para comer.
“Hola cariño” dijo mi madre amablemente mientras me servía un plato de sus macarrones que tanto me gustaban. “¿Qué tal el día?”
“Bueno, como siempre” comencé a comer mis macarrones, “esta noche no ceno en casa”. “¿Y eso?”, preguntó mi padre mientras daba un sorbo a su vaso de agua.
“He quedado con Álvaro y Sofía para ir a cenar al restaurante de la familia de Sofía, el nuevo que han abierto”.
“Pero, ¿sabes ir?, está bastante lejos de aquí”.
“No, pero no voy a ir sola, voy a ir con ellos, a si que no os preocupéis”.
“¿Y no va Eva?”, mi madre, como siempre.
“ No lo sé aún, luego la llamaré”
“De acuerdo cariño, pero no llegues tarde y ten mucho cuidado, por favor”.
Mis padres siempre se preocupaban mucho cada vez que salía. En parte lo entendía, era su única hija, y casi nunca salía. Las pocas veces que lo hacía, me hacían un tercer grado para saber a dónde iría y con quién, y me llamaban ochenta veces al móvil para asegurarse de que estaba bien.
Terminé de comer. Me levanté de la mesa y llevé mi plato y mi vaso a la mesa.
Miré la hora. Las cuatro menos cuarto. Iba a esperar un poco más para llamar a Eva, seguramente todavía no habría terminado de comer, y no quería molestar.
Me encerré en mi cuarto me puse a leer, dejando fantasear mi imaginación con cada página del libro que leía. Siempre me habían fascinado las historias de seres fantásticos o mitológicos, me encantaban. El tiempo se me pasaba volando leyendo historias de este tipo. Tanto, que cuando volví a mirar el reloj me sorprendí.
Eran las seis y media. Llevaba más de dos horas leyendo, pero aún no me había acabado el libro. Era muy grande, y lo había empezado hacía tan solo unos días, por lo que aún me quedaba mucho para terminármelo.
Mi madre habría supuesto que estaría leyendo, por lo que no entró en esas dos horas en mi habitación para molestarme.
Pensé que ya era una buena hora para llamar a Eva, a si que cogí el móvil y marqué su número.
“¿Hola?”
“ Hola Eva” iba a decirle algo más, pero me cortó.
“¡Hola Alma! ¿Qué tal estás? Te iba a llamar yo más tarde, hoy no he podido ir a las clases. Como te dije tenía que ir al médico”
“Ya, lo supuse. Esta noche iré con Álvaro y Sofía a cenar al restaurante de la familia de Sofía, ¿te apuntas?”
“Pff… pues es que no lo sé…”
“Por favor, por favor” me apresuré a decir, con voz divertida.
“Bueno venga, me apunto, ¿a qué hora y dónde?”
“A las ocho y media en la plaza de la fuente. Te veo luego”
Colgué, aliviada porque también venía. Álvaro y Sofía eran mis mejores amigos, junto a ella, pero si no venía Eva, estaría de sujeta-velas, cómo otras muchas veces, y eso me hacía sentir algo incómoda.
Álvaro y Sofía llevaban juntos casi un año. Antes de que empezaran a salir, los cuatro, Sofía, Eva, Álvaro y yo íbamos siempre a todos los sitios juntos, éramos inseparables.
Desde que estaban juntos, Eva pasaba mucho menos tiempo con nosotros. Estaba distante. No entendía por qué. Quizá no traté de hablar con ella sobre eso. Quizá por eso estaba así, necesitaba hablar.
Ya eran las siete. Iba a un sitio medianamente formal, por lo que debía arreglarme un poco.
La ropa que llevaba de esta mañana pensé que me iría bien, pero lo pensé mejor, y cambié mis botines planos por unos zapatos negros con un poco de tacón, no mucho, y mi camiseta de cuello alto por una de color crema y manga corta acompañada por una chaquetita de algodón a juego con los zapatos.
Fui al baño y me coloqué frente al espejo. La verdad, no tenía mejor cara que esta mañana, así que opté por pintarme un poco la raya del ojo, pero muy poco. Sólo para disimular un poco.
Me peiné el pelo, recogiendo el primer mechón de cada lado de la cara y recogiéndolos hacia atrás con unas horquillas.
Miré por la ventana. Parecía mentira que la noche anterior, o incluso esa misma mañana hubiera llovido con tanta fuerza. No se veía ningún charco por la calle, y el cielo estaba despejado de nubes.
Las ocho y cuarto. Tenía que salir ya de casa, sino llegaría tarde.
Me despedí de mis padres, que como de costumbre, me volvieron a insistir otras tres veces en que tuviéramos mucho cuidado.
Caminaba por la calle con paso ligero pero sin prisas. No hacía mucho frío, aunque la calle ya estaba completamente oscura.
Llegué a la plaza donde había quedado con mis amigos. Me acerqué al banco donde siempre pasábamos las tardes y donde siempre quedábamos, el banco más alejado de la fuente. Eva ya estaba allí.
“¡Almita!” me dio un abrazo como saludo. Odiaba que me llamara así, pero lo llevaba haciendo mucho tiempo, no dejaría nunca de decirlo.
“¿Qué tal estás? ¿Llevas mucho tiempo esperando?”
“ No, llevaré unos cinco minutos aproximadamente” esbozó una amplia sonrisa, pero la noté un poco insegura.
Recordé lo que había estado pensando hacía unas horas después de hablar con ella, sobre el por qué estaba tan distante desde lo de Álvaro y Sofía, pero creí que ese no era el mejor momento para hablar de ello.
Empezamos a hablar las dos, sentadas en el banco cómodamente. Hacía mucho tiempo que no pasábamos tiempo juntas, hablando, contándonos nuestras cosas. Mientras seguíamos con nuestra conversación, vi a Álvaro y Sofía llegar.
Venían riendo juntos y cogidos de la mano, como cualquier pareja normal.
“¡Hola!” nos saludaron amigablemente, “¡Eva!” Álvaro sonrió ampliamente, “pensábamos que no vendrías”.
“Bueno, al final me convenció Alma de no sería un mal plan, así que me animé”.
Todos reímos a la vez. Eso me hizo sentirme verdaderamente bien, hacía mucho que no nos reíamos juntos.
“¿Nos vamos? Mis padres deben de estar esperando a que lleguemos”. Sofía se había puesto realmente guapa para la ocasión. Su pelo rubio y liso le caía por los hombros, con algún que otro tirabuzón realizado a propósito para darle gracia al pelo
Vestía unos pitillos negros con unos botines grises altos y se protegía del frío con un largo abrigo blanco elegante.
Para ella esta ocasión era muy importante. Sus padres iban a inaugurar el restaurante familiar, el negocio familiar.
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